Análisis

Periodismo militante, populista o… profesional

Hoy los cuadernos de Centeno son cubiertos por tres tribus de periodistas: los profesionales, los populistas y los militantes, incluso a veces en el mismo medio.

Hasta 1983, nuestro periodismo tuvo tradición de denuncia, no de investigación, como decía el recordado periodista y profesor Martín Malharro. Los medios eran el eco de investigaciones judiciales y políticas más que sus descubridores.

Como excepciones está José Mármol, el creador de Amalia, la primera novela argentina, quien investigó el acuchillamiento en una calle de Montevideo del líder mediático de la oposición a Rosas, y lo publicó en 1849; y José Hernández, el creador del Martín Fierro, quien investigó en 1863 el asesinato del Chacho Peñaloza.

Hubo periódicos de denuncia, como El puente de los suspiros, que publicó en 1878 nombres, incluso dibujos, de los capos rufianes de la trata de mujeres, mientras decía: “Vuestros explotadores no tienen derecho alguno sobre vosotras. Dejad de ser esclavas para ser señoras”. Ese puente existía, ubicado en las actuales Viamonte y Carlos Pellegrini.

En sus estudios, Malharro encontró brotes de investigación en los grandes diarios, como una serie de artículos de enero de 1935 del diario más importante de ese momento, La Prensa, cuyo primer título fue: “En Ciudadela funciona un emporio del juego clandestino cuya existencia es ignorada solamente por las autoridades”. Las investigaciones de la ‘década infame’, bautizada por el periodista José Luis Torres, fueron hechas por opositores políticos, no por los medios.

El periodismo de investigación arrancó a fines del siglo XIX en Estados Unidos, sobre todo con periodistas mujeres que escribían en revistas para mujeres. Y en el siglo XX fueron una fuerza decisiva. En El sueño del celta, Mario Vargas Llosa recupera dos periodistas de investigación reales, que impactaron en mundos tan distintos como el Amazonas y el Congo: ambos creían que “el mundo, la sociedad, la vida, no podían seguir siendo esa vergüenza”.

Hoy los cuadernos de Centeno son cubiertos por tres tribus de periodistas: los profesionales, los populistas y los militantes, incluso a veces en el mismo medio. El militante tira solo para un lado: daña a sus enemigos políticos y nunca a los afines. El periodismo populista, en cambio, está más nutrido con la antipolítica, tiene poco rigor y maximiza el impacto sobre el público: es la indignación banalizada.

Por su parte, los periodistas profesionales son militantes de los valores comunes, como la defensa de la democracia y la lucha contra la corrupción. Así lo dice el artículo 3 del Código de Ética de FOPEA, la principal organización del país: “Los valores esenciales de los periodistas que adhieren a este Código son el respeto a los principios de la democracia, la honestidad, el pluralismo y la tolerancia”.

Así, los cuadernos de Centeno navegan en un escenario donde los periodistas profesionales son los que trabajan, pero los populistas y los militantes gestionan el debate. Esto hace que la información fluya de una forma que hace difícil construir una verdad social que pueda reformar nuestra democracia. Pero la Constitución sabe a quién alentar: en su texto sólo dos veces se usa la palabra «secreto», una palabra fuerte en una república que es el gobierno de la luz. Una es cuando se habla del voto secreto, y la otra es el secreto de las fuentes. Así, el diseño de la república liga al voto con el periodismo profesional como uno de sus vínculos sagrados.

Puede ser que las redes sociales expandan más la voz de los periodistas populistas y militantes, pero necesitamos que los profesionales sigan remando. La Constitución lo pide y la sociedad lo necesita.

Fernando J. Ruiz es profesor de la Facultad de Comunicación (Universidad Austral/Argentina), miembro de FOPEA

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