Por Vanina Berghella (Directora Ejecutiva de FOPEA) y Gabriel Michi (Miembro de la Comisión Directiva de FOPEA)
La industria de los medios a nivel mundial está transitando una fuerte crisis estructural desde hace 10 años. La debacle financiera que se inició en el año 2008, y que impactó especialmente a los Estados Unidos y Europa fue la punta del ovillo para que los medios -ahora con enfoque multiplataforma-, comenzaran a revisar sus modelos de negocios y sus modelos organizacionales que heredaron de una industria de medios, mayoritariamente gráfica.
Los reportes de la época indican que entre 2008 y 2009, en Estados Unidos unos 35.000 periodistas quedaron sin trabajo a raíz de despidos por reducción de planta o cierre de medios, algunos de ellos centenarios. Sólo a modo de ejemplo, en España, entre 2008 y 2016 cerraron 375 medios de comunicación y perdieron su empleo cerca de 12.000 periodistas. Una realidad nada lejana a lo que ocurre en otros países de Europa.
Pero la crisis financiera y económica global no fue el único motivo por el que los medios hicieron este feroz ajuste, las transformaciones tecnológicas a partir de la fuerte penetración de Internet impactaron de lleno en la industria de los medios de comunicación tradicionales. Por un lado, cambiaron los hábitos de consumo de los contenidos noticiosos por parte de las audiencias dispersando su atención a través de múltiples plataformas digitales –muchas de ellas no dedicadas a contenidos informativos- y por otro lado, también se requirió un cambio en la producción de contenidos.
En este sentido, con la incorporación de nuevas plataformas de distribución existe la necesidad de introducir nuevas habilidades a la producción de contenidos en los medios, antes exclusivamente gráficos o audiovisuales; ahora híbridos y diferentes con la suma de nuevas herramientas y modos de publicar los contenidos. Adicionalmente, gran parte de los medios de comunicación qno acompañaron este proceso de transformación capacitando a sus periodistas y ahora pretenden generar adaptaciones impetuosas y cambios drásticos. Aún así, estos cambios son inexorables y los periodistas que no fueron parte de estos procesos de transición con el acompañamiento de los medios, o que no se prepararon de forma personal, hoy se ven afectados de forma ineludible.
Lo cierto es que este complejo escenario demoró algunos años en reflejarse por completo en la Argentina. Una razón tuvo que ver con la brecha tecnológica, ya que en nuestro país el acceso a Internet y la adopción de nuevos dispositivos de conectividad no se generó con tanta velocidad como en otras regiones y eso permitió que los medios tradicionales mantuvieran durante muchos años el liderazgo ante las audiencias.
Y como segundo factor determinante para que este proceso de reestructuración impacte hoy en la Argentina, y no años antes, se hace obligatorio mencionar el reparto inusitado de publicidad oficial, que el Estado -en sus diferentes niveles y sectores-, efectivizó desde 2003 hasta fines de 2015 beneficiando especialmente a medios afines al Gobierno de turno. Más aún, gran parte de estos medios fueron creados especialmente como parte de una estrategia de comunicación oficialista que funcionó como usina informativa de los temas de interés de dichos gobiernos. Este factor ayudó a sostener medios de forma artificial en un contexto adverso a nivel global.
Los efectos negativos del reparto discrecional de pauta oficial
En el marco del contexto señalado, el periodismo argentino atraviesa una crisis laboral como nunca ha visto en su historia. Y que responde a causas exógenas como los cambios producidos a nivel mundial por las transformaciones tecnológicas que tienen su prinicipal impacto en los medios gráficos por las alteraciones en los patrones de consumo del público a través del uso de Internet. Pero también su realidad laboral fue afectada por cuestiones endógenas, que se dieron en forma casi excluyente en nuestro país.
En este panorama ha calado en forma particularmente profunda la implosión provocada por la desarticulación de la burbuja artificial de la publicidad oficial. Este fenómeno que caracterizó a los gobiernos kirchneristas que durante años alimentaron a fuerza de recursos públicos la existencia y proliferación de medios afines a su pensamiento, con un sesgo discriminatorio hacia aquellos que no compartían su ideología y que eran críticos de su gestión, desapareció o se redujo en forma abrupta con el cambio de administración en la Casa Rosada, el 10 de diciembre de 2015.
Esa herramienta se utilizó sin ningún criterio de transparencia y lógica para comunicar a una mayor cantidad de ciudadanos las campañas públicas del Estado, favoreciendo en particular a grupos empresarios que sólo les interesó el dinero, sin preocuparse por el ejercicio del periodismo. Ese modelo nacional se replicó también en gobiernos provinciales y municipales (de diferentes partidos políticos) como una forma de mantener empresas privadas de medios afines a sus administraciones.
La falta de un compromiso serio con el fomento del periodismo profesional por parte de ciertos empresarios de medios (sobre todo los advenedizos que sólo buscaron un rédito económico o fomentar otros tipos de intereses -políticos, de influencia, o lo que fuera-, con una mirada cortoplacista) fue determinante en el deterioro de la calidad de la información y también en la credibilidad de la sociedad en la prensa, principal sostén de su existencia. Lo mismo ocurrió en muchos casos en los medios públicos (nacionales, provinciales y municipales) que fueron interpretados por las autoridades de turno como simples órganos de publicidad encubierta. Es decir como medios gubernamentales, en lugar de medios públicos.
El caso del Grupo 23
El caso más emblemático en el ámbito privado, por dimensiones y características, fue el del denominado «Grupo 23» en el que confluían las radios América, Splendid, Vorterix y Rock&Pop, la señal de noticias CN23, los diarios Tiempo Argentino, El Argentino -en su versión nacional y sus ediciones locales-, Buenos Aires Económico y Diagonales -La Plata-, el sitio de noticias Infonews, el semanario Miradas al Sur y las revistas Veintitrés, 7 Días, Newsweek, Forbes, AutoBild, Lonely Planet, Cielos Argentinos, entre otros.
El grupo, cuyos dueños visibles eran Sergio Szpolski y Matías Garfunkel, primero fue desprendiéndose de algunos de esos medios -incluso antes de la derrota del kirchnerismo- y después, con el cambio de gobierno, directamente abandonó las empresas dejando prácticamente en la calle a 800 trabajadores de prensa. En algunos casos los periodistas crearon cooperativas de trabajo para poder subsistir (como por ejemplo en Tiempo Argentino e Infonews) y en otros aún hoy están a la espera de una solución.
Pero este caso tuvo otras particularidades que lo volvieron aún más emblemático: los empresarios en cuestión no tenían prácticamente ninguna experiencia en medios, creaban nuevos emprendimientos aparentemente por el simple hecho de tener más «ventanillas» por donde recibir publicidad oficial y, pese a que la mayor parte de sus ganancias provenían del Estado, no tributaban al fisco ni hacian los aportes previsionales de sus trabajadores siendo que sí le hacían sus descuentos en cada salario. Esta situación fue denunciada por los trabajadores pero las autoridades públicas nada hicieron al respecto, pese a que el propio Estado era uno de los damnificados, además de todos los empleados.
El Grupo 23, el que más dinero recibió de publicidad oficial durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, llegó a facturar unos 814 millones de pesos sólo entre 2009 y 2015, cifra que llegaría hasta los 2.000 millones si se computa desde 2003. Sin embargo, ni siquiera ofreció pagar las indemnizaciones correspondientes cuando abandonó a los cientos de trabajadores a finales de 2015.
Este caso es el más emblemático pero no fue el único. El mismo patrón se repitió en varios otros a lo largo y ancho de la Argentina. Por ejemplo, en el diario La Mañana de Córdoba se conjugaron condiciones similares afectando a decenas de trabajadores.
La situación actual en la Argentina
Como se detalla en este informe la combinación de diferentes causas, externas e internas, desencadenó la peor crisis de los medios vivida en la Argentina y que impacta de forma directa en el trabajo de los periodistas.
Por supuesto que anteriormente, se pueden señalar otros ajustes realizados por las empresas de medios que han perjudicado de forma sustancial la calidad del trabajo de los periodistas.
Durante la década del ’90, se extendió con la crisis de 2001 y se profundizó en los últimos años, la precarización laboral y el achicamiento de ingresos obligó a los periodistas a conseguir diferentes empleos para garantizar parámetros mínimos de supervivencia.
El multiempleo se generó por el cambio de las reglas laborales que se dieron en los medios, donde la exclusividad pasó a un segundo plano junto a la garantía de que con un solo trabajo el periodista podía sobrevivir con cierta dignidad. Los medios comenzaron a utilizar cada vez más mecanismos de contratación a través de la facturación de los trabajadores como si fueran simples proveedores de servicios, pese a que se pudiese demostrar una continuidad y permanencia laboral encubierta.
Otra modalidad, que se dio particularmente en las radios, fue la de reducir cada vez más sus plantas de trabajadores formales, vendiendo los espacios a periodistas que debían conseguir publicidad para poder tener sus programas, con todo lo que eso implica. Esa práctica se extendió a medios ya instalados como también a nuevos, a lo largo de todo el territorio argentino. Y no fue exclusivo de las radios, también ganó terreno en la televisión.
En el caso de la TV ha tenido sus propias dificultades en cuanto a la cuestión laboral de los periodistas. En un informe presentado por Foro de Periodismo Argentino (FOPEA), en noviembre de 2015, sobre el «Estado de situación del periodismo televisivo en la Ciudad de Buenos Aires»[1] se identificaron varias de esas problemáticas que, a su vez, se replican y multiplican en todo el país. Desde la cobertura de los denominados «chivos» o «Sale o sale» (porque no había posibilidad de no hacerlo), en muchos casos como publicidad encubierta de políticos o empresas que eran presentados como informes periodísticos, hasta la utilización cada vez más extendida de cámaras sin cronistas, son sólo algunas de las cuestiones que emergieron en ese diganóstico y que afectaron la calidad y la cantidad de trabajo de los periodistas.
Todo este panorama se agravó no sólo por el multiempleo de los periodistas sino también por la multitareas. Los periodistas se vieron obligados cada vez con mayor frecuencia a realizar más tareas, a veces netamente periodísticas y otras que no, para poder mantener sus empleos. En los mejores casos esas tareas extras fueron reconocidas en los salarios pero en la mayoría de las experiencias eso no ocurrió. O sea, se tuvo que cumplir con más funciones por el mismo salario. Lo que afecta nuevamente la calidad de su trabajo y las fuentes laborales para otros colegas.
Lamentablemente este panorama se acentuó con el paso de los años y se mantiene hasta la actualidad.
Acceder al artículo y el Informe 2016 completo
*Este artículo se publicó originalmente junto al Informe de Monitoreo 2016. El nuevo informe del Observatorio Laboral está en proceso de elaboración.